Hace algunos años, un sacerdote de la provincia comentaba que, el autor material del crimen del Obispo Enrique Angelelli, había dicho ante la prensa u otras personas lo siguiente “yo maté a Angelelli”. Esos dichos no fueron considerados porque nadie puede declarar en su propia contra - si esto es cierto es un tecnicismo jurídico muy oportuno -. Al parecer el crimen con un autor confeso todavía sigue impune. El silencio se anota un poroto.

En su memoria se levantó una hermosa capillita en Punta de los Llanos. Allí no está Angelelli; está su recuerdo. Bien muerto está en algún santo sepulcro que, el tiempo se encargará de devorar. Unos cuantos feligreses, rinden culto a su memoria, acercándole objetos y solicitando su gracia. El tiempo se hará cargo de ellos también. Las letras escritas en su honor tal vez resistan por un tiempo, el paso desbastador del olvido.

Borges señalaba que, “el libro es la extensión de la memoria”; diría también que ese objeto - libro - es un abusivo aliado del olvido. Por ellos recordamos lo que no merece ser recordado y también por ellos - maliciosamente bien escritos- , se olvida y omite lo que verdaderamente debería recordarse.

En unos cuantos años, las generaciones venideras preguntarán - quizás por curiosidad - ¿Quién fue Angelelli? y, a lo mejor, un “ilustrado” referente con ínfulas de intelectual dirá: fue un Obispo que, por su condición de disidente, el Estado Gendarme lo hizo matar a través de sus milicianos. En el peor de los casos, éste sería el más generoso modo de recordarlo, frente al injusto desatino de olvidar “el proyecto evangelizador” expresado en su obra.

Los que tuvieron el privilegio de conocerlo y compartir sus momentos de militancia religiosa - si se me permite la expresión-, reflejan desazón, desconcierto y tristeza a través de sus gestos. El olvido los quebró y los está consumiendo a paso lento. Angelelli ya no es el emblema que orientaba por aquel entonces “la liberación de los oprimidos”, Seguramente el término “oprimido” también entró en desuso, a tal punto que hasta la izquierda pituca e intelectual se contagió con los sutiles encantos de la opulencia y en lugar de buscarlo al Che en las villas miserias, lo buscan en una página de internet, después lo llevan a jugar al padle estampado en una remera. Otro proyecto olvidado. Para ellos, los pobres de ayer son hoy los excluidos del mercado laboral de las economías emergentes del tercer mundo. ¡Hermosas palabras para designar lo mismo!.

“Con un oído en el pueblo y otro en el evangelio”, predicaba el obispo; paradójicamente el oído que estaba en el pueblo padece de sordera precoz.

El grito de los marginados se ha convertido en “un lamento silencioso y sin respuestas”. Hoy, hay más pobres que en aquel entonces , cuando aquel obispo andaba entre ellos y paradójicamente no hay dirigentes ni conductores que ocupen el lugar que ha dejado Angelelli y genere una conciencia generalizada social y masiva, que oriente y acompañe el reclamo de los “ excluidos” y postergados.

¿Dónde está Angelelli?. Semejante interrogante, habría que responderlo con cierta desazón y amargura que, “estuvo entre nosotros, nos lo arrebataron y los vestigios de su memoria se los está llevando el fantasma del olvido.

Yo no maté a Angelelli, pero invadido por el individualismo, el egoísmo, la apatía, la pasividad, la insensibilidad y la indiferencia, estoy colaborando con destrucción de la “obra evangelizadora del Pastor de Dios y amigo de los pobres”

Hay que resistir al olvido que se lleva en sus fauces lo mejor de nuestra memoria colectiva, nuestro pasado, nuestra identidad y culminará llevándose hasta la memoria misma. Cerrarle el paso al modelo social imperante que lo que pretende es el servilismo dócil de nuestras conciencias.

Yo no maté a Angelelli porque mi actitud es resistir los duros embates del olvido instrumentados desde una sociedad aparentemente opulenta y descomprometida; injusta e insensible.

De nada sirve declamar a viva voz ¡Yo no maté a Angelelli!, si ni siquiera por asomo nos comprometemos a caminar junto al pobre, el Vía Crucis de su miseria que, también es nuestra. Tampoco sirven los pronunciamientos públicos y masivas movilizaciones si cuando retornamos al traqueteo cotidiano de nuestro hogar y trabajo, retomamos la insensata tarea de arrebatarle el espacio a nuestro compañero y así ganar la gracia y la anuencia de los jefes de turno. El “compañero” ya no lo es, se ha convertido en adversario bajo una salvaje disputa por imperio de la ley del más fuerte. Este es sin duda el resultado de la triste dialéctica - si se quiere- de un pensamiento debilitado y cautivo.

Es un hecho probado que el colchón y los bolsones de los “politicastros sórdidos” -como lo señala Paul Johnson- tienen más efecto que mil palabras que anuncien “un proyecto de salvación comunitaria”. En este contexto, la obra y la utopía de Angelelli está en coma.

La necesidad, la carencia y el deseo originan las Utopías concluía Alfredo Dallera en su obra Problemas de Filosofía. Creo que de los tres términos señalados, el que irremediablemente no está entre nosotros en precisamente el deseo.

Una notable poeta de nuestro medio describió en una lúcida metáfora esta realidad “Demacrarse ofuscado desplomar la carne contraída, es incapacidad de resistir el efecto de un mundo sordo” - M. Massud “Conexiones I” - . Curiosamente se asemeja a la sensación que tuvo Zaratustra cuando predicó el superhombre al pueblo. El pueblo luego de escucharlo ni siquiera se inmutó y Zaratustra se dijo a si mismo “Ahí están, dijo a su corazón - Zaratustra- , y se ríen: no me entienden, no soy yo la boca para estos oídos” F. Nietzsche “Así habló Zaratustra” Cap I, Parr. 5 pag. 38. Un mundo sordo y un pueblo que no “desea” oír más que aquellas prosapias y tribulaciones que lo complacen superficialmente. Luego de esa dosis venenosa de la propaganda mediática; ése mismo pueblo se encuentra nuevamente consigo mismo y su propia miseria. Condición a la que aparentemente no “desea renunciar”. “Ningún pastor y un solo rebaño. Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio” Nietzsche op. cit. pag. 39.

La disidencia de Angelelli lo levó rápidamente al cementerio; a los desencantados inconformistas nos toca sortear el apremio de la locura y culminar asilados en un manicomnio o la cárcel.

En tal caso, le pediría - si se da el caso - a la utopía que nos regaló con su vida ese cura amigo de los pobres que, resucite y retome por el camino de la memoria colectiva a través de estos versos “ Tácita esquizofrenia redonda, pártenos a golpes cortos queremos lucharte todavía”.- - M Massud, Op. cit..-

Publicado en el periódico 'El Independiente', agosto de 2003.

por José Pedro Amado