Diversos personajes públicos lanzan escandalizados las cifras que las estadísticas elaboradas por distintos organismos publican respecto del hambre, la pobreza, el desempleo, etc. Cárter - ex presidente norteamericano actualmente premio Nóbel de la Paz- decía que la OMS - Organización Mundial de la Salud -arrojó un estudio realizado a nivel mundial en la que cuarenta millones de personas morían diariamente de hambre en el planeta.
Ander Egg, en su obra “El Holocausto del Hambre”, señalaba que Europa gastaba quinientos millones de dólares por año en alimento para mascotas.
Hay algo que no me cierra, y si el cálculo no me falla, puedo concluir que el gato de Tony Blair posee mayor expectativa de vida que los niños de Chaco, Tucumán o África. Los números malditos que arroja la “bomba silenciosa del hambre” como lo señala Pérez Esquivel- premio Nóbel de la Paz, argentino - . Se me ocurre que son fenómenos opuestos por efecto de una misma realidad, “la cultura de la muerte y la cultura de la opulencia”.
No es para nada agradable esta suerte de álgebra del horror. Somos habitantes de un mismo planeta que residimos en un punto geográfico del mismo, de modo que a esa cifra millonaria indicada anteriormente, algunos decimales los aportamos nosotros, los Latinoamericanos. Efectivamente diecisiete mil niños solo en la Argentina mueren por causas controlables o previsibles. La Argentina produce granos suficientes para alimentar a trescientos millones de personas; doce millones viven por debajo de la línea de pobreza en este mismo país. Números malditos!!.
¿Para qué sirven estos números?, ¿Qué movilizan en nosotros las estadísticas?. Actitudes, o dicho en otros términos, conductas que nos ponen en una perspectiva distinta, frente al mundo. En ese proceso, luego de la sorpresa abrumadora de los números, nos preguntamos ¿Qué puedo hacer? ¿Qué debo hacer?. Aquí sucede un hecho muy curioso: la respuesta de las comunidades es notablemente mínima y los datos resultan hasta indiferentes para la mayoría de la gente. Un ejemplo muy significativo son los hechos acaecidos en argentina desde el cacerolazo en diciembre del 2001. La consigna que se levantó entonces fue: ! Que se vayan todos!! y en el 2003 con las elecciones! Volvieron Todos!!. Al que recuerde el viejo y doloroso pasado, hay que sacarle un ojo, pero al que olvide hay que sacarle los dos - proverbio árabe - Solyenitsin “Archipiélago GULAG”. Parece que esta sentencia es funcional en la conducta individual de un sujeto que ya ha perdido o ha renunciado a la posibilidad de ser parte de un plan colectivo e incluyente o cohesionante. Desde este individualismo se construye la fantasía de que “en tanto no me afecten los diversos problemas sociales, todo está bien y si a mi vecino le pasa, problema de él”.
De este modo se logró la dispersión y desmembramiento del tejido social, en este esquema las demandas nunca serán colectivas sino individuales y los códigos de la política ingresan al terreno de la prebenda y el clientelismo. “Un cobarde inteligente vale por mil soldados valientes pero estúpidos” - pregonaba un funcionario de Stalin.
Se explica entonces, porque tenemos dirigentes que operan desde esta mediocridad utilizando estos mecanismos de control frente a un colectivo social que sólo demandará un colchón, un bolsón, o un plan de asistencia social. Obviamente en este escenario, un proyecto social, político y colectivo, e históricamente situado, se convierte en una “utopía”.
El derecho Internacional se fortalece por un lado y se debilita por el otro. La creación de la Corte Penal Internacional nos garantiza el cumplimiento de los derechos del hombre en cuanto a que no pueden ser violados porque no quedará impune este hecho. La invasión a Irak debilita el derecho internacional en el concierto de las naciones.
Curiosidades de la historia difíciles de explicar. ¿Porqué razón un funcionario debe dar cuenta de sus actos?. Por que el exceso en cualquier circunstancia, situación o condición, siempre es un exceso. Un exceso es un acto humano que no se efectúa deliberadamente. Posteriormente aparecieron los justificativos que intentan atenuar la maldad de tal acto. Se dice por ejemplo que son el resultado de “daños colaterales”, “errores tácticos” y otras categorías discursivas.
Durante la guerra de la ex Yugoslavia soldados pusieron granadas en refugios subterráneos donde sabían que estaban las mujeres, los niños y lo ancianos. De ningún modo puede ser excusada esa acción como daños colaterales. El bombardeo de aldeas indefensas en Vietnam, tampoco; por lo tanto existe una responsabilidad directa o indirecta de tales actos.
Podríamos hacer una larga lista de acontecimientos en nuestra historia y nos faltaría papel.
Los hombres no pueden ser considerados como seres contingentes que desaparecen y mueren a tal punto que desaparecerlos y matarlos constituya un agregado estético de su gris existencia. El acto de matar seres insignificantes pasaría a ser una acción piadosa de los poderosos hacia los débiles. Los derechos humanos se convierten así - por este juego de la dialéctica - en derechos mundanos; su validez universal queda absolutamente relativizada.
El derecho a la vida estalla en mil pedazos y no está para nada garantizado. Volveríamos a aquel imperativo arbitrario de los antiguos imperios “podrán ejercer ese derecho - a la vida-, solamente aquellos que comparten mis ideologías mi religión, mis creencias y mis costumbres; los otros son seres miserables que no merecen vivir”.
Este es el sinuoso terreno de la ética utilitaria donde finalmente se justifica lo injustificable. Todos aquellos que viven una vida miserable o simplemente distinta al estilo de vida hegemónico les asiste el “neo derecho “a no ser y tampoco decidir sobre su existencia.
¿Quienes serían los postulantes?. Todos los que descarguen su bronca contra el imperio o sus antipatías; serán no sólo sospechosos sino culpables de cualquier desequilibrio ocasionado en las sociedades abiertas del Primer Mundo. Terroristas, Narcotraficantes, Piqueteros, Fanáticos Religiosos, Guerrilleros, Partidos de Izquierda, Pacifistas, Ecologistas, Humanistas; del otro lado se encuentran los “gorditos come hamburguesas” bien remunerados de la sociedad opulenta. Ellos están librados de cualquier condena. Son dóciles y obedientes a las órdenes sistemáticamente dictaminadas por aquellos grupos de poder económico que controla los mecanismos de sujeción social.
Este es el triste comienzo del Siglo XXI que, comenzó sangriento y belicoso. Sería oportuno examinar nuevamente los principios sobre los que se construyó nuestra civilización, de lo contrario estamos frente a lo que señala Víctor Massuh - filósofo argentino - en su obra, “Cara y Contracara”, somos precisamente eso, “una civilización a la deriva”.
Artículos publicados en el periódico 'El Independiente' en abril de 2003