Una mujer vivía en un pueblo de provincia originado por el paso del ferrocarril, a mediados del S. XX. En el mismo se desarrollaba una intensa y dinámica actividad económica que, consistía básicamente en la explotación forestal. Derivada de la misma los comercios lograron establecer el marco adecuado para su desarrollo incisivo y pujante en esas inhóspitas regiones. La diversidad cultural de los grupos que constituían el entramado social en aquel entonces por el vínculo – directo o indirecto - con la actividad que desarrollaban y que promocionaba el ferrocarril.

Almacenes de ramos generales, pulperías o boliches, una comisaría, la estación del tren y sus nostálgicos andenes, pequeños y medianos asentamientos productivos, obrajes de carbón, leña y madera era el marco donde el progreso parecía tener sentido. Fue un escenario donde una diversidad de actores sociales circuló y que, aun sin identidad propia, construyeron un pedazo de esta historia olvidada y recluida en los páramos del olvido.

Esa mujer soltera, vivía sola y no sufría los apremios de las penurias económicas que alcanzaba inexorablemente a casi todos. Sin embargo ella, que no trabajaba, día tras día concurría al almacén a comprar lo que la mayoría no podía. La duda suscitó la curiosidad y, en algún momento alguien disparó el siniestro interrogante. ¿De dónde saca esta lo que tiene sino trabaja?.

Para una mentalidad primitiva, la feliz síntesis de ese enigma se encaminaba a que esa mujer era bruja. El diablo le proveía todo tipo de cosas a cambio de su alma.

Los rumores llegaron a su fin, cuando una persona le disparó la pregunta a ella directamente. Ella, conocedora del rumor, contestó sin inmutarse, ¡Yo voy todas las noches de luna a La Salamanca!.

Al poco tiempo tuvo que irse del pueblo por la insistente presión del cura que, desde el púlpito profería las amenazas más horrorosas.

En una ocasión un cambista de rieles, regresó borracho a su casa y, entre sus delirios contaba que extrañaba a la “Bruja Salamanquera” como ya la habían bautizado en el pueblo.

En realidad, no era ni bruja ni salamanquera y, probablemente, ni siquiera haya conocido al maligno. Ella ejercía la profesión más antigua de la historia, comerciaba sus encantos femeninos con los hombres del pueblo. Sus cómplices y clientes eran los “hombres de bien” que, obligados por el silencio, se sumaban al rumor primitivo, el mismo quizá, que llevó a Magdalena a los pies del Nazareno.

La prédica frenética y fanática del cura llegó hasta los sinuosos caminos de la falacia que puso a la Salamanquera más cerca de la hoguera que del altar. A tal punto, que ella era la causa de los males que padecía el pueblo.

La pobreza, el hambre y también la riqueza eran fruto de la conducta inmoral de la oveja descarriada, entregada a las terribles tentaciones del perverso. Lo que el furioso pastor desconocía era que en realidad el perverso, ya hacía tiempo que habitaba en el corazón silencioso de unos cuantos de sus feligreses.

Por absurdo que parezca, “la salamanquera”, llegó al pueblo mujer, se fue como bruja, pero sobrevivió a las penurias económicas ejerciendo la profesión que la signó como la prudente puta de pueblo, oculta bajo los velos de una salvaje, primitiva y conveniente hipocresía.-

Publicado en el periódico 'El Inedependiente', mayo de 2005

por José Pedro Amado