“Creíamos que la revolución estaba a la vuelta de la esquina”, me comentaba una militante universitaria, con lágrimas en los ojos. Esas palabras y emociones expresaban una desesperada síntesis del momento que estábamos viviendo: sufríamos un traspié electoral en las universidades. Eran los comienzos de la década perdida. Era el inicio de los 90, la década de la “burbuja”. En aquel entonces ciertas agrupaciones estudiantiles adherían inusitadamente - desde un populismo históricamente identificado con el peronismo - a la teoría del Estado liberal, materializando alianzas con sectores de la UCeDe liberal. Nuestros “posibles” estaban agotados como alternativa. Nuestras utopías se veían lejanas desde la caída del muro de Berlín. Francamente nos invadía la sensación del fin. Resistir se convertía - en muchos casos - en una aventura romántica con un final incierto. Además, porque sabíamos de antemano que todo aquello por lo que habíamos luchado desde la democracia se vendría abajo sin más. Lo opuesto ocuparía su lugar.
En primer lugar, no se tuvo en cuenta por ejemplo, la idea de que era necesario considerar la estrecha relación que existe entre Universidad y Sociedad. Es decir lo que sucede en una y lo que vive la otra y, los profundos cambios que en el seno de la misma se produce.
Por otro lado la corrupción estructural que se instaló junto con la democracia se encargó de golpear nuestras creencias a tal punto que el desencanto la frustración y el desamparo fue la sensación corriente de esta generación.
En aquel entonces, leíamos con asombro el informe de la CONADEP, “Nunca Más” y, al tomar contacto con los sobrevivientes del “horror”, los admirábamos hasta convertirlos en nuestros referentes naturales, desde una perspectiva política. En muchos casos todavía algunos lo siguen siendo.
Hoy - por ejemplo - asistimos estupefactos al triste espectáculo de una conversión inesperada. Aquellos que admirábamos con respeto, por ser precisamente el “ ejemplo” de la lucha por un mundo posible y más justo, se convirtieron en empresarios y, lejos de defender sus antiguas convicciones que, los llevó a la tortura, la cárcel y la proscripción se alinearon detrás del modelo opuesto, “ un neoliberalismo a ultranza” . La decepción era enorme y el desconsuelo infinito. Hasta nuestros referentes naturales los había fagocitado el sistema que se estaba imponiendo. Sin duda la picana y la tortura habían quebrado sus creencias. Sería oportuno preguntarse si estos personajes alguna vez las tuvieron y hasta qué punto estuvieron comprometidas con ellas.
De ser cierta esta conjetura, podríamos concluir que el fascismo del proceso derrotó sutilmente a esta generación de la época del setenta. Han fracasado a todas luces en su proyecto porque creen pertenecer a una burguesía emergente cuyo rasgo esencial es poseer un discurso populista que termina siendo el instrumento de la prebenda y el autoengaño. “Haz lo que yo digo no lo que yo hago”, predican a viva voz una cosa y en sus empresas realizan otra.
El proceso golpeó su más íntima esencia, sus creencias, sus principios y su valor de defender aquello por lo que uno cree. Aquellas cosas que uno cree que son mejores para una vida más digna. La tortura y el miedo los convirtió en adherentes tardíos a los filósofos de la “patria financiera” que fue y es la corresponsable, beneficiaria y cómplice de la devastación económica de nuestro país.
Un notable político decía que, “el poder es como el violín, se toma con la izquierda y se ejecuta con la derecha”. Estos personajes padecen una suerte de metamorfosis “Kafkiana”, que los lleva patéticamente a besar la mano de su nuevo amo. Paradójicamente fue la misma que financió la tortura, por lo menos desde el silencio cómplice de muchos empresarios que durante el proceso fue un hecho real y concreto. Una excepción sería, el caso Jacobo Timerman.
Esta generación, devenida en neoliberales populistas ya constituye un “contra ejemplo” al que debemos - diariamente - erradicar para liberarnos del desencanto que nos han causado. Su mérito es haber asumido su propio fracaso, cambiando simplemente de traje, dando como resultado un adefesio de la naturaleza que como no tienen demasiadas luces para la empresa, - en algunos casos - aterrizan en ministerios y secretarias de la función pública, que como terapia los libera de su escasa lucidez para poder sobrellevar la levedad de sus existencias.
Nosotros, los que aprendimos los misterios de las desventuras de la democracia de papel, hemos juzgado, sabemos lo que hicieron, sabemos lo que son y, no dudamos de lo que son capaces de hacer. Han sido desenmascarados; sabemos que no tienen escrúpulos pero sí una escasa inteligencia. ¿No fue una torpeza privatizar - regalar, las reservas petrolíferas Argentinas cotizadas a nivel mundial en miles de billones de dólares y, sumir a toda una nación en la pobreza, el desempleo y la exclusión?. Si esto no es un absurdo yo soy un arcángel.
Habrá que esperar el juicio de la historia; probablemente estos personajes se hayan ganado un lugar no merecido en la misma. Los historiadores y cronistas reseñarán esta etapa triste en un capítulo que seguramente se titulará: “Cómo el desatino y la estupidez se hizo cargo del poder”. Sin mucho esfuerzo un docente podría transversalizar estos contenidos efectuando una simple analogía con la Uganda de Idi Amín Dadá. La diferencia estaría dada porque, a ese “caníbal asesino”, se lo disfrazó de “General” para que sea presidente a las órdenes de unas cuantas empresas multinacionales, que operaban en África en ese entonces; a los nuestros, “nosotros” les delegamos el poder creyendo que eran nuestros referentes políticos naturales y resultaron ser los defensores de los sectores más reaccionarios y apátridas de nuestro país.
Es verdad, nos equivocamos, y si como generación estamos en pleno duelo con nuestro desencanto y frustración, también es cierto que, a pesar de que nos une el espanto de un futuro incierto, todavía - gracias a Dios- conservamos viva la esperanza de que nuestros hijos, hermanos, tíos, padres, etc., podremos construir un país en el que se viva dignamente. Un país justo soberano e independiente. Somos “una multitud silenciosa”, en eso nos hemos convertido.
Multitud por que no nos ha cautivado ningún referente milagroso, y silenciosa porque aparentemente - todavía - no manifestamos nuestra bronca. El tiempo dirá si ese viejo dicho “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”, está a favor de nuestros anhelos o será una maldición que habrá que soportar de aquí en más.
*Artículo publicado en el periódico 'El independiente' em Julio de 2002 *