A una le quitan la sonda que la alimenta por nuestro renunciamiento a “su vida”, al otro se la aplican por nuestro renunciamiento a su muerte. Contradictorio?. Sin duda. Las contradicciones de nuestra sociedad occidental son tan evidentes que uno llega a aceptarlas como una condición aceptada y negada al mismo tiempo. Es decir, ser ambiguos es casi un hecho aceptado como legítimo y nos afecta en todos los órdenes de nuestra vida.

Sin ánimo de polemizar, con sectores de la comunidad religiosa, ni tampoco con los magistrados americanos que decidieron retirarle la sonda a Schiavo, tengo la necesidad imperiosa de saber ¿qué criterio usaron para quitársela a una y ponérsela a otro? ¿Por qué al Papa se le concedió el ejercicio del derecho universal a la vida y a Schiavo no?.

Porque del Papa dependen casi mil millones de feligreses – me contestó anodinamente un sujeto-. ¿Ese sólo hecho, lo convierte jerárquicamente en superior o más relevante? ¿Es más digno el Papa que la Sra. Schiavo? Pareciera que para nuestra comunidad “civilizada”, entre Shiavo y el Papa si existen diferencias.

Con este criterio de “selección naturalmente” aceptada por la comunidad, se oculta un principio que creíamos superado, el de la eliminación del otro distinto. Eutanasia? Sin duda.

Nos guste o no, esto ha sido así desde siempre ¿Cómo eliminamos a los que sobran? Con hambre. ¿Cuántos mueren por día por este flagelo?. Millones. Los medios están más preocupados por los desvaríos sexuales de M. Jackson que por la bomba silenciosa del hambre, como lo señalaba Pérez Esquivel.

Este tema ha concitado la atención del mundo porque sus protagonistas son personajes de relevancia mundial y, desgraciadamente ha dejado al desnudo nuestras más oscuras contradicciones y ambigüedades como sociedad “civilizada”.

Los fundamentos argumentativos del nazismo, se apoyaban en este tipo de criterios. Para un nazi, o eras de la raza Aria o Judío. Los términos medios, eran variaciones de la misma especie. Seres impuros. ¿Cómo resolvieron esa dicotomía? Simple: “limpieza étnica”, a través de la tan cuestionada “Solución Final” diseñada por Eichman.

Un alumno, consternado al escuchar este planteo, me dijo; profe Ud. nos está queriendo decir que, en fondo de nuestros silencios como sociedad, estamos aceptando una nueva forma de limpieza – no étnica, pero sí un tipo de selección que se origina desde el rechazo a lo diferente?. Si, le contesté. Lo grave del caso es que si fuéramos unilateralmente arbitrarios en nuestros principios y aceptáramos como válidos planteos sectarios - excluyentes o clasistas; equivocados o no - este hecho formaría parte de una decisión socialmente aceptada. Peor aún, no somos ni eso. Somos ambiguos frente al mismo problema. Para algunos, la vida de Juan Pablo II, posee un valor que excede los límites naturales de su existencia biológica por lo tanto, amerita la asistencia externa para darle continuidad más allá de sus posibilidades autónomas. La vida de Schiavo, al contrario, no supera en valor el centímetro de la sonda que la asistió desde hace quince años.

La vida es un atributo indelegable de la PERSONA HUMANA. No existen diferencias que la condicionen. Se es digno por el sólo hecho de ser persona, sin excepción. Es un principio que se aplica a todos los seres humanos, cualquiera sea la circunstancia en la que esté implicado o situado. El ejercicio de ese derecho universal, genera en nosotros – como sociedad -, la OBLIGACIÓN de generar las condiciones necesarias para su pleno ejercicio. No existe otra posibilidad y, si existiera, sería esencialmente falsa, por cuanto atentaría contra ese mismo principio, “el derecho a la vida”.

Detrás del Papa, hay millones de feligreses preocupados por su salud, detrás Schiavo, hay millones que, desde el silencio y la imposibilidad física de su condición, esperan quizás disfrutar lo que para nosotros, los normales y civiles ciudadanos del mundo, es el ocaso de la vida digna.

En fin, pareciera que la ética de los cerdos – objeción planteada Stuat Mill y su ética utilitarista -, está vigente en nuestro mundo. Poner en la balanza del placer y el displacer, lo agradable y lo desagradable, aquello que no tiene medida ni precio: “la vida y la dignidad humana.” '' Artículo publicado en el periódico 'Nueva Rioja', abril 2005''

por José Pedro Amado