“Somos lo que somos, porque no pudimos ni supimos ser lo que deberíamos haber sido”. No recuerdo quien lo dijo o escribió por allí. Los testimonios de la masacre dela última dictadura militar Argentina abundan, cual de todos más escalofriante. Los métodos de tortura conforman un abultado abanico. “El potro”, la Picana, El submarino, el Despellejamiento en vida, o el simple garrote. Una perversa y diabólica variedad.
Desde este “aquí y ahora”, frente a los textos que dan cuenta de esa terrible realidad de nuestro pasado reciente, uno no puede menos que espantarse y avergonzarse.
Sin posibilidades de gloria, ese pasado se nos impone con la absoluta frialdad de los acontecimientos históricos que se enlazan entre si y que percibimos como inalterables, inamovibles y hasta grotescamente insoslayables. Están allí para vergüenza, espanto o talvez, para un nuevo renacer de la conciencia colectiva que debiera decir “Nunca Más” sucederán estas cosas. Tener presente que lo que no merece nuestra memoria, tampoco amerita el descuido del olvido social.
Una generación completa fue eclipsada en su juvenil militancia, por los desalmados métodos que emplearon los torturadores que, no valen la tinta que ocupan sus miserables nombres. Uno de ellos, recientemente convertido en “celebridad” internacional, hará que Argentina sea recordada por toda la humanidad por 9.183 años. Esa es la condena que sentenció un tribunal Español a Scilingo. Toda una era. Este célebre criminal, nos hará avergonzar ante la humanidad por casi diez mil años.
El ejercicio de la memoria nos obliga a asumir el pasado sin intencionalidades, ni “prudentes “recortes, que sólo persiguen la oscura pretensión de ocultar el horror o lo vergonzoso de nuestra historia. Somos hijos de nuestro pasado reciente y, de algún modo, tenemos cierta responsabilidad sobre ese pasado. Somos aquello que no supimos ser o no pudimos ser.
Un grupo de milicianos, torpes e ignorantes nos arrebató la historia y, quisieron “detener la primavera cortando todas las flores” – Neruda -. Hoy como generación y, a titulo personal, no sé si me inspira el odio o la vergüenza. Una terrible y sencilla dialéctica, entre lo que fue y lo que vendrá. En esta encrucijada, se nutre la esperanza de un futuro mejor y más justo. Un futuro, al que deseo arribar junto a los míos, sin los miedos ni las vergüenzas de ese pasado preñado de dolor. Abrigo y estimulo la “utopía” de volver a creer que ese futuro, aunque sea por un instante ilusorio, es todavía nuestro.
Publicado en el periódico 'Nueva Rioja', marzo de 2005